CRÍTICA DE LIBROS. Morir no es lo que más duele, de Inés Plana
El título es estupendo y el libro arranca bien.
Es todo lo bueno que puedo decir de esta novela de 440
páginas.
Seguramente Espasa ha lanzado a esta escritora con la
intención de aprovechar el éxito editorial de Dolores Redondo y compañía. Ojo:
no he sido el primer engañado por la engañosa promoción de la Editorial porque
el libro va por la segunda edición.
Es un bodrio.
Está mal escrito. Los fallos en la narrativa se
podrían disculpar por ser la primera novela de Inés Plana, pero es que ha sido
Espasa quien la ha editado y cuesta entender cómo se les ha podido colar un
guisote así. Incluso ellos mismos nos certifican que trabajó cinco años en este
libro.
No es una novela de misterio, donde hasta el
final se ignora quién es el asesino. Tampoco es una novela
negra en la que, aunque se supiera quién es el criminal, el enigma podría
ser por qué ha matado.
En este tocho, a mitad del relato ya se sabe porque el
asesino viene y nos dice:
”He sido yo”. Como en el chiste de Gila.
El libro es un cúmulo de tópicos y de digresiones.
Está mal corregido. Se nos da multitud de datos personales de los guardias
civiles y detalles minuciosos que no vienen a cuento, pero que tal vez servirán
de excusa para una serie de novelas siguientes. Por de pronto, ya se nos está
amenazando con una segunda parte.
La trama resulta irregular y poco creíble: Aparece un
hombre ahorcado al que han arrancado los ojos. En el bolsillo del pantalón
encuentran un papel con un nombre de mujer. De la investigación se tienen que
ocupar un teniente de la Policía Judicial de la Guardia Civil y un cabo de la
misma.
Inés Plana no ha sabido sacar provecho literario de
este arranque. A medida que van surgiendo personajes, enseguida empieza a pormenorizarnos
casi toda su vida y andanzas. Y lo hace con un tono monjil impropio del género.
Al lector le cansa tanta información -innecesaria, por otra parte– desde las
primeras páginas porque no contribuye a mostrar la psicología del personaje
sino a embarullar el relato.
Como, por ejemplo:
Tenía 29 años y había ingresado en la Academia a los
19 y lo destinaron a Madrid hacía sólo dos años. De allí, a un pueblo de Ávila.
Se aburría enormemente porque en el pueblo abulense sólo había trifulcas por
las lindes…”
El lector también se aburre. Porque la narración tiene
demasiados soliloquios inútiles que rompen el curso de la trama, con
descripciones o comentarios que nos alejan del asunto y detalles irrelevantes
de tipos secundarios, que no ayudan a definirlos como personaje. La
construcción de todos los personajes no se ha realizado con diálogos o
descripciones de sus movimientos ni con su manera de expresarse.
Van apareciendo hermanos, madres y amigos de la
infancia de la mayoría de los individuos que han surgido. Con lo cual se alarga
y alarga la novela hasta las insufribles 440 páginas. En el barullo nos
vamos encontrando con cinco o seis ahorcados en el curso del libro. Como una
epidemia. Nunca había visto tantos en una novela. Ni tantos guardias civiles personalizados
con todo detalle para nada. A mayor sonrojo, aparecen continuos hallazgos
debidos a golpes casuales (que al lector le huelen a chamusquina). Todo forzado
y tramposo: un fulano puede recordar, de pronto y con todo detalle, sucesos de
hacía treinta años. U olvidarlos. Según convenga a la autora de este engendro.
En la primera parte del libro los hallazgos y
pesquisas de la Guardia Civil van fructificando de manera aleatoria. Pero, a
mitad del libro, Inés Planas le da el punto de vista al asesino, que
empieza a derramarnos información por su cuenta (rompiendo las normas más
elementales de la intriga) confesando al lector que asesinó a su auténtico
padre y que también se dejó arrastrar por el deseo y violó a una niña de cinco
años, anticipándose como el asesino. Increíble.
Esta confesión no se la arranca la policía tras un
feroz “tercer grado”. No. La justificación –que la escritora nos da de la
inoportuna declaración– es que el bruto y primitivo asesino Gastón “se
encontraba aburrido y desanimado”.
Una casualidad más: hay muchísimos personajes que son
de Hoyo de las Aguas. En la novela deambulan desperdigados por Madrid, Lleida,
Ávila, Girona… No sería extraño que nos encontrásemos con alguno en Almassora.
No me resisto a contarles otras perlas:
1) El tal Gastón cae en una redada bajo los pies de cuatro agentes, que lo
tienen en el suelo, lo encañonan con sus armas y le conminan a rendirse. Pues
bien, el energúmeno se les escapa… en plan Bruce Lee. Hay que ver las cosas que
pueden pasar en el pueblecito de Ávila.
2) La música que la inefable autora ha escogido no tiene perdón: Karina
(sí: la de “No somos ni Romeo ni Julieta”) y Dany Daniel (el de “Por
el amor de una mujer”). No es ninguna broma ¿Eh?
3) Cuando el teniente protagonista está hablando con un personajillo llamado
Damián, el tal Damián le suelta:
––Cuídate de
los idus de marzo.
Así, a tontas y a locas. Y la autora no considera
conveniente explicarnos por qué el tarugo aquél había recurrido a la inmortal
frase, que Espurina dijo a Julio César para advertirle de su asesinato.
4) En determinado momento el asesino Gastón (que también había estado en la
guerra de Bosnia) oyó el ruido de un arma al ser montada. Se da rápidamente la
vuelta y dispara contra el que había causado el ruido. Error. No era un arma
sino un mechero zippo. Bueno, al menos a este no nos lo ahorcó la
autora.
¡¡¡Si Jim
Thompson levantara la cabeza!!!
Parafraseando el título: lo que más duele
es que se promocione como “un thriller para los que creían haberlo leído
todo”. El diccionario de la RAE dice que “engañar a alguien con promesas o
esperanzas” es un timo.
Les aconsejo que huyan de este bodrio. No se les
ocurra comprar el libro. Prevengan a todos sus amigos.
Gracias anticipadas.
Comentaris
Publica un comentari a l'entrada
Podeu fer tota mena de comentaris sempre que siguen respectuosos i empreu un llenguatge no despectiu i sense cap insult. Aquells comentaris que no cumplisquen amb això, seran esborrats.