CRITICA DE LIBROS. El mundo de ayer, de Stefan Zweig (1881- 1942)
Sinopsis
de la editorial: El
mundo de ayer es
uno de los más conmovedores testimonios de nuestro pasado reciente, escrito
además con mano maestra por un europeo empapado de civilización y nostalgia por
un mundo, el suyo, que se iba desintegrando a pasos agigantados. Escritor
extraordinariamente popular y testigo de excepción de los cambios que
convulsionaron la Europa del siglo XX entre las dos guerras mundiales, Zweig
recuerda, desposeído y en tierra extraña—en unas circunstancias personales de
insospechado dramatismo—, los momentos fundamentales de su vida, paralela en
mucho a la desmembración de aquella Europa central que se quería más libre y
segura, al abrigo de la locura y la tormenta. El resultado es un libro capital,
uno de los mejores de Zweig y referencia inexcusable para entender los
desvaríos de un siglo devastador. Se
suicidó, junto a su esposa, en Brasil en el año 1942, convencido de que Hitler
se apoderaría del orbe.
Al terminar las 546 páginas de “El mundo de ayer” uno
siente la tentación de salir a recomendarlo a todo el mundo: ¡Por
favor, léalo!
Tal vez haya sido el
autor más brillante, en una época fructífera para la literatura mundial.
Escribió innumerables novelas, ensayos, dramas, biografías, teatro, óperas,
poemas… Y en todas estas ramas destacó por su cuidada construcción psicológica
y una brillante técnica narrativa. Viajero por todo el mundo, conoció a muchísimas
personalidades como: Thomas Mann, Rilke, Einstein, Gorki, Rodin, Toscanini,
Richard Strauss, Freud… Durante muchas décadas fue el escritor más leído en
Europa.
Le tocó vivir dos
guerras mundiales (una en el bando alemán
y la otra en el anti alemán) y se
vio despojado de las sucesivas viviendas que tuvo. Y de su patria. Sin vuelta
atrás, porque ya no quedaba nada de lo de antes. Tuvo la desgracia de recorrer
todo el catálogo de calamidades imaginables: el nacimiento y expansión del fascismo en Italia, el nacionalsocialismo en Alemania y el bolchevismo en Rusia. Asimismo, asistió
al invento del avión, la radio, la desintegración del átomo y al avance colosal
de la farmacia. Es decir, vivió más historia que ninguno de sus antepasados.
En El
mundo de ayer Stefan Zweig nos autobiografía sus últimos cincuenta
años, vividos tan intensamente, y da el testimonio de cómo era esa época, desde
la vida apacible de la Viena de su juventud. Nos detalla cómo la eficiencia alemana ha amargado y
trastocado la existencia de todos los demás pueblos, pero esta no era la norma
de los vieneses, a los que les gustaba conversar plácidamente, convivir y dejar
que todo el mundo fuera a lo suyo, sin envidia y con tolerancia. La máxima de
Viena era: Vivir y dejar vivir.
Nos relata amablemente
cómo era la escuela de su juventud, una tediosa obligación, con trato de
cuartel y que nada tenía que ver con el mundo real. Fuera de la escuela, se
leía, se iba al teatro y –sobre todo–– al café, donde se podía estar horas
leyendo numerosos periódicos; disertando, curioso y despierto.
Entretanto, las masas se organizaban y exigían
derechos. El nuevo siglo XX demandaba un nuevo orden para una nueva era. El
Primero de Mayo, fiesta de los trabajadores, estos salían a manifestarse. El
socialismo. Pero no pasaba nada: ni
sangre ni terrorismo. De este modo la burguesía y la clase obrera comenzaron a
hacerse concesiones mutuas. Y cuando obtuvieron el voto (que hasta entonces sólo se les daba a los ricos que
acreditasen haber pagado impuestos) fueron consiguiendo alcaldías y la
administración.
El partido
nacional-alemán mandaba huestes de estudiantes y camorristas armados de porras,
que pegaban palizas a otros estudiantes eslavos, judíos, católicos o italianos,
y los echaban de la universidad. El gobierno, que sentía aversión por la
violencia y el derramamiento de sangre, fue cediendo. Comenzaba el ocaso de la libertad individual.
Stefan Zweig mantenía
que, aunque se consiguiera la victoria a costa de inmensos sacrificios, nunca
justificaría las víctimas. Odiaba la guerra y desconfiaba en la victoria. Pero
se quedó solo. Y los que, como él mismo, se oponían a la guerra eran llamados derrotistas, en medio de tanta
embriaguez.
A todas horas los periódicos cantaban con
brío: ¡Vencer o morir! Imperaba
la técnica del engaño sin escrúpulos propia del nacionalsocialismo. El método
era así: una dosis y una pequeña pausa, para esperar y comprobar si la
conciencia mundial soportaba la dosis. Las dosis se fueron haciendo cada vez
más fuertes y, al final, toda Europa cayó víctima de tales actos. La prensa ponderaba las pocas bajas propias y
las muchas del enemigo. Perdieron la vida nueve millones de combatientes y
cinco millones de civiles. Se gastaron fortunas en armamentos, pero se carecía
de morfina, algodón o vendas.
Freud llamó con
clarividencia desgana de cultura, al deseo de evadirse de las leyes,
cláusulas y realidad del mundo
Posteriormente a la Primera Gran Guerra, nada
envenenó tanto al pueblo alemán como la inflación.
Es difícil de creer el grado de delirio al que llegó el persistente aumento de
precios. Cuenta el autor que, si compraba un periódico por la mañana por 50.000
marcos, por la tarde subía ––el mismo periódico–– hasta 100.000 marcos. Alguien
que poseyera unos pocos dólares se podía comprar una manzana de casas… La
solución llegó en 1923: Cada billón
de marcos se cambiaba por un solo
marco nuevo.
Poco a poco el “siglo
de la libertad”, que esperaban, se había ido convirtiendo en el de la inseguridad. Hasta aquella época, el
asesinato de una sola persona sin sentencia judicial estremecía al mundo. Con
el resurgimiento del nazismo se sacaba a catedráticos de la universidad y los
obligaban a fregar las calles con las manos; se cazaba a gente inocente en las ciudades
y se las forzaba a limpiar las letrinas de los cuarteles; se irrumpía en las
casas y se quitaba a las temblorosas mujeres sus pendientes…
Fue creciendo la
necesidad de controles y salvoconductos. Para salir al país vecino había que
rellenar docenas de permisos, sellos, esperas en los consulados y aduanas;
documentos y autorizaciones para todo. Y ello producía enorme inseguridad y
desconfianza.
Por encima de todo siempre estaba sobrevolando
un miedo continuo y creciente: la gran incógnita ¿se podría evitar la guerra?
A Hitler le disgustaban especialmente los libros
de Stefan Zweig. El escritor ha dejado dicho que una de las cosas más
agradables de su vida había sido haber irritado a Hitler.
Se encontró expulsado de Austria, por antialemán, y ––después–– expulsado de
Inglaterra, por alemán (nunca lo había sido). Sin libertad y sin derechos,
desposeído de todo, se suicidó en Brasil. Estaba convencido que el triunfo de
Hitler, el hombre rabioso lleno de odio, era ya inevitable.
Es un libro extraordinario. Una
lección atractiva de la historia del siglo XX. Es el
relato de este “jeremías” clarividente (no se cansó de advertir que Adolf
Hitler era mucho más que un agitador de
cervecerías, aunque nadie quiso escucharle); de pensamiento libre e
incorruptible que luchó hasta el último momento contra el hombre que había
traído más calamidades a nuestro mundo, de todos los tiempos.
No se lo pierdan, si quieren
comprender muchas cosas de nuestro mundo actual.
Comentaris
Publica un comentari a l'entrada
Podeu fer tota mena de comentaris sempre que siguen respectuosos i empreu un llenguatge no despectiu i sense cap insult. Aquells comentaris que no cumplisquen amb això, seran esborrats.