La República
Hace 87 años se
instauró la II República española.
El
12 de abril, los partidarios del cambio y de la educación libre, vencieron a
los adeptos de Alfonso XIII. Los monárquicos solamente ganaron en nueve
provincias.
Aquella
España ilustrada (“una escuela en cada pueblo”) se había decidido a terminar
con el reinado de los borbones, incapaces de formar ningún gobierno que
modernizase nuestro país y acabase con los privilegios de la nobleza, de la
Iglesia y las clases adineradas. Se ha dicho que, históricamente, “El mayor
verdugo de España ha sido el peso de su corona”.
Con la República, se legisló que España era una República democrática de
trabajadores de toda clase. El Estado Español no tiene religión oficial. España
renuncia a la guerra como instrumento de política nacional…
Y, sobre todo:
“No podrán ser fundamento de privilegio
jurídico: la naturaleza, la filiación, el sexo, la clase social, la riqueza,
las ideas políticas ni las creencias religiosas. El estado no reconoce
distinciones ni títulos nobiliarios.”
Esta declaración se adelantó 50 años a toda Europa.
El 18 de julio de 1936 los militares desleales dieron un golpe de estado contra los legítimos
deseos de los españoles.
Que no se olvide.
En 1978 la Constitución Española restauró a los borbones, en
la figura designada por el golpista dictador Franco: Juan Carlos. Y el pueblo
español lo aceptó (como mal menor). Entre los líderes de la izquierda se dijo,
con alguna frecuencia aquello de “soy
republicano, pero juancarlista”. Se pensaba que en aquél momento lo
primordial era la modernización, entrar en Europa; y el Rey Campechano
serviría para allanar el camino, ante los partidarios de la ruptura.
Hoy, se ha demostrado que la monarquía borbónica vive alejada
de los españoles. ¿A qué se debe? Básicamente, a que no ha sabido conectar con
el pueblo. La propia familia real ha caído víctima de la corrupción, ha
prestado indiscutible apoyo a las fuerzas económicas, a la Iglesia y a los
poderes fácticos. No ha tenido sensibilidad con los problemas de la gente. Fue
tal su descrédito y baja estimación que Juan Carlos se vio abocado a dimitir en
la persona de su hijo Felipe, el Preparao.
Tampoco el nuevo rey estuvo a la altura de las circunstancias
en el asunto de Cataluña.
Sobre el apoyo
monárquico a las élites económicas, veamos un reciente ejemplo:
El príncipe heredero saudí Mohamed bin Salmán ha sido recibido esta
semana en España con todos los honores, ante
la venta de armas a su régimen. Nuestro Gobierno prevé la construcción
en España de cinco barcos de guerra por valor de unos 2.000 millones de euros.
Arabia Saudí es de los países menos transparentes del mundo.
Numerosos informes denuncian torturas, discriminación a las mujeres y minorías
y la persecución de los homosexuales. En 2017 Arabia Saudí ejecutó a 147
personas, muchos de ellos por decapitación, según Amnistía
Internacional. También se recurre a castigos físicos como la flagelación o la amputación de
miembros para algunos delitos. Además, numerosas fuentes
acusan al régimen saudí de financiar a ISIS.
Como vemos, el Rey Felipe sigue el mismo camino que su padre (cuando
lo de Kuwait, de triste recuerdo).
Nos dirán que en los astilleros andaluces hace mucha falta el
trabajo y que esas embarcaciones serán un alivio para muchas familias. Por
supuesto, pero ¿no había otra salida al paro que la de bajarse los pantalones
precisamente ante un gobierno dictador y cruel?
En fin, algunas gentes que comentarán que
las cosas son complicadas. No lo son tanto para los poderosos financieros y
quienes les bailan las gracias, consiguiendo el AVE a La Meca, etc., etc.
14 de abril. Una fecha para rememorar y meditar.
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