Turbación
1) Anda el personal estos días descolocado y con
el ánimo aturdido. Atribulado. Siente alipori,
como decía Eugeni d’Ors; para él, alipori era algo así como sentir vergüenza
ajena. Un concepto difícil de entender para los extranjeros.
Los
españoles lo tenemos desarrolladísimo. Sentimos vergüenza por lo que dice o
hace otro. Cada dos por tres.
Pues
eso, a mí también se me turba el ánimo, cuando al que se le tenía que caer la
cara le trae al fresco: Cuatro ministros del gobierno cantando, hace unos días
en una procesión, Soy el novio de la muerte.
Este
cuplé (el cuplé es un estilo musical ligero y popular, a veces
grosero y picante) lo cantaba hace un siglo Lola Montes, la de los rojos
puñales. Pero esta semana santa nos lo entonaban los ministros de
Interior, Justicia, Defensa y Educación.
Ver a los cuatro (y a otras personalidades más del PP) enfervorizados en la
procesión, mientras los legionarios llevaban a mano alzada al cristo, incomodaba,
por lo menos.
Me
viene a la memoria una frase de Richard Dawkins: Las personas buenas hacen cosas buenas y las personas malas hacen cosas
malas; pero para que personas buenas hagan cosas malas se necesitan las religiones”.
Siempre
que se ha terciado, he expresado respeto por las creencias de otras personas.
Todo el mundo tiene derecho a expresar su religiosidad. Pero uno les pediría
que lo hicieran a título individual y privado, no como autoridades. Hablando en
plata: que vayan cuanto quieran a las procesiones y romerías, pero no como
ministros o generales o alcaldes.
Lo
más sospechoso es el silencio escandaloso de la Conferencia Episcopal ante
todas estas manifestaciones. ¿Cómo es posible que los responsables religiosos
“traguen” con Soy el novio de la muerte como si fuera el Tamtum ergo Sacramentum?
¿No
tenemos que enojarnos ––en un Estado aconfesional–– ante las banderas de España
a media asta por la muerte de Cristo hace dos mil años, las numerosas medallas
a la Virgen o por la Legión llevando en volandas al Nazareno con habilidades
circenses?…
2) Inicialmente,
los escándalos de corrupción
provenían de Urbanismo o de niveles administrativos vinculados con las finanzas
y el dinero. Poco a poco han ido creciendo exponencialmente y, además,
abarcando a casi todos los estamentos de la administración.
Ahora
le ha llegado el turno a la Universidad.
El diario.es destapó que Cristina Cifuentes había conseguido un
Máster por la Rey Juan Carlos sin haberse examinado ni asistido a clase. Un
escándalo considerable más para el aturdido ciudadano que ya parece no
sorprenderse de nada.
Ignominia
es la “pérdida del nombre”.
No
tiene nombre que la Presidenta de la Comunidad de Madrid pretendiera sacarse un
título de máster sin realizar todos los procesos que se exigen a cualquier otro
alumno.
Siempre
hemos creído que la universidad representaba una sociedad igualitaria y justa.
Resulta que no es así. Esta “situación de privilegios” es un asunto gravísimo.
Empero,
los populares han vuelto a sacar a pasear el asunto de la
Campaña-organizada-contra-el-Partido-Popular. En la Convención de Sevilla del
pasado fin de semana los asistentes le dedicaron a la
susodicha una ovación de más de un minuto, aun cuando buena parte de ellos (en
privado, por supuesto) reprobaban a la mandataria madrileña por su conducta,
que conduce irremediablemente a la indecencia.
Y solamente la decencia tranquiliza a los ciudadanos.
Bochorno.
Consternación. Vergüenza ajena.
¡Qué
país!
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